«No tenemos dinero ni trabajo y tendremos que irnos a otro sitio parecido a vivir», lamentaba ayer por la tarde Isam Firimiza, un inmigrante rumano, mientras un policía municipal le informaba de que él y sus cinco familiares debían marcharse del viejo cuartel General Monasterio (Artillería 26) del paseo del Arco de Ladrillo.
El hermano pequeño del cuartel Conde Ansúrez, desalojado dos días antes, corrió ayer la misma suerte que el primero para evitar que los habitantes de Farnesio hicieran las maletas rumbo al de Artillería, abierto también de par en par y al borde de la ruina a pesar de que su edificio principal, el único que se mantiene en pie, está catalogado para su conservación.
Doce inmigrantes residían hasta ayer en las antiguas dependencias que se convertirán en el último vestigio militar del terreno rodeado por el grueso de las 890 viviendas cuya construcción está prevista en su patio de armas (convertido desde hace un año en un solar) y en el del vecino Farnesio.
Resignados a su suerte
Los agentes acudieron al cuartel General Monasterio, o lo que queda de él después del paso de los saqueadores de chatarra, a media tarde de ayer para identificar a sus ocupantes e informarles de que debían hacer las maletas para evitar quedarse encerrados si las constructoras propietarias del terreno deciden también tapiarlo como hacen los obreros de Edificasa 2000 en el Conde Ansúrez desde el martes. Ninguno puso oposición alguna al desalojo y, al menos, los sietes inmigrantes que recibieron la notificación mostraron su voluntad de irse de allí en «unas horas».
«La verdad es que aquí estábamos muy mal, pero peor estaba en mi país, donde una riada se llevó mi casa», relata Isam Firimiza. El temporero rumano llegó a la ciudad hace un mes y el destino le llevó a ocupar dos cuartuchos del ala derecha de la primera planta del cuartel de Artillería. Allí malvivía de «los euros que me dan pidiendo en la calle a la espera de que pueda ir a recoger patatas», aclara antes de matizar en su trompicado castellano que «nosotros lo único que queremos es trabajar, aunque es complicado».
Junto a la familia de Isam viven otros seis pobres de solemnidad búlgaros, que ayer por la tarde no estaban, y un séptimo que vive rodeado de basura bajo los soportales de la parte posterior del cuarte l. Éste último apenas acertó a mostrar su documentación a los policías que le interrogaban y a asentir con la cabeza a sus indicaciones mientras continuaba tendiendo la ropa como si nada entre los hierbajos del patio de armas.
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